Conoce los misterios más sorprendentes del archipiélago canario.
El archipiélago canario ha sido, desde tiempos inmemoriales, un auténtico punto de encuentro entre diferentes culturas, cuyo paso ha dejado tras de sí multitud de mitos y misterios. Por eso, en este artículo conoceremos algunas de las numerosas leyendas canarias, fruto del prodigioso legado de los antiguos aborígenes.
3 mitos, misterios y leyendas de Canarias que no conocías
El misterio y la fantasía se mezclan con la realidad para crear historias fantásticas, que los isleños sienten como suyas y que pasan de generación en generación.
1. El amor de Gara y Jonay
Dice la leyenda que en La Gomera vivía una hermosa princesa llamada Gara. En esta isla había unos chorros que podían predecir si alguien encontraría el amor verdadero: si el agua se mantenía tranquila indicaba que sí, pero si el agua se enturbiaba era signo de desamor.
Cuando los visitó, el agua se mantuvo tranquila y serena pero luego comenzó a enturbiarse y apareció un sol incendiario. Contrariada, preguntó al sabio del lugar que, de misteriosamente, le respondió: “Lo que ha de suceder, sucederá. Huye del fuego, Gara, o te consumirá”.
Ese día llegó a la isla Jonay, un apuesto joven guanche hijo de un mencey de la vecina isla de Tenerife, que junto con su padre y demás nobles hicieron una visita a la nobleza local. Cuando las miradas de Gara y Jonay se cruzaron, se enamoraron perdidamente en ese mismo instante.
Así se lo hicieron saber a sus padres y, cuando iban a hacer público su compromiso, vieron a lo lejos cómo la erupción del Teide, que empezó a arrojar lava y fuego por el cráter. Era tanta la furia del volcán que se podían divisar las largas lenguas encendidas de la cima desde La Gomera.
Pero Gara venía de la Tierra del Agua y Jonay de la Tierra del Fuego. Su amor era imposible. Sus padres les prohibieron volver a verse, pero de vuelta a Tenerife, Jonay no podía olvidar a Gara y nadó toda la noche de vuelta a La Gomera en busca de su enamorada.
Tras llegar a La Gomera y encontrar a su amada, subieron a lo más alto de la isla mientras les perseguían. Allí, al verse acorralados cogieron un palo afilado por ambas puntas y, poniéndolo en sus pechos, se abrazaron y murieron atravesados. Hoy en día, la zona está en el Parque Nacional de Garajonay.
2. El diablo de Timanfaya
Cuenta la leyenda que en 1730, en el pueblo de Timanfaya en Lanzarote, se celebraba una boda entre el hijo de una de las personas más ricas de la isla y una joven cuya familia cultivaba plantas curativas.
En plena celebración se produjo una fuerte explosión volcánica que movió la tierra y empezó a llover rocas y lava que arrasó todo a su paso. Los invitados y la gente del pueblo buscaron refugio, pero la desgracia cayó sobre la joven pareja.
Lamentablemente, una gran roca aplastó a la novia, dejándola sepultada. El novio, al ser testigo de la escena, tomó una forja de 5 puntas para intentar mover la enorme piedra y salvarla. Pero, cuando por fin pudo lograrlo, vio que su amada había fallecido.
Entre su desesperación y el sentimiento de desolación cogió el cuerpo de su esposa sin soltar la forja y comenzó a correr por el valle en busca de refugio que, obviamente, ya no pudo encontrar.
A pesar del humo y las cenizas, los testigos pudieron ver al joven iluminado por la luna, que levantó la forja con sus brazos y los lugareños suspiraron de tristeza “pobre diablo”. Después, su imagen se desvaneció en el ardiente terreno de Lanzarote.
3. La maldición de Laurinaga
Allá por el siglo XV, Pedro Fernández de Saavedra, señor de Fuerteventura, tuvo un romance con Laurinaga, una joven aborigen a la que sedujo. Sin embargo, acabó contrayendo matrimonio con otra mujer “de buena cuna”, con la que tuvo varios hijos.
Un día, uno de ellos intentó violar a una aborigen. Ante la terrible escena, un agricultor local intentó salvar a la joven. No obstante, Don Pedro, que se encontraba cerca de lo sucedido, se metió en la trifulca y terminó matando al campesino.
Pero al poco apareció la madre del chico asesinado, que le reveló al señor de la isla que era Laurinaga y que el fallecido era su hijo. En ese momento, la anciana lanzó una maldición sobre Fuerteventura, que desde ese momento se convirtió en un desierto.
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